LABERINTO DE AMOR

Ella salía de casa por primera vez, a los veinte años, y se marchaba lejos, tan lejos como para vivir sin ser observada, sin ser juzgada, para vivir de verdad, como ella decidiera. Él ya estaba allí cuando ella llegó y bastó un cruce de sonrisas en un bar cualquiera del puerto para quedar irremediablemente unidos, eternamente
Ninguno de los dos estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de vivir la mejor historia de amor jamás contada, así que no perdieron ni un segundo. Se fueron conociendo mientras se iban amando. Se fueron descubriendo al mismo tiempo que lo hacían sus cuerpos hasta que un día comprendieron que estaban encerrados en un laberinto de emociones del que no iban a salir jamás.
Pero ella sintió miedo. Fue el viento, en una de esas tardes en las que las hojas de los árboles te susurran secretos, quien le dijo que tenía que marcharse. Que si quería mantener ese amor verdadero para siempre, debía alejarse de él, para no contaminarlo con historias cotidianas, para que el amor permaneciera eternamente, por encima de todo. Entonces ella se marchó, pero aún así no pudo salir del laberinto.


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