IMPARES

Cuando la viuda terminó de vestirlo para ser enterrado, Lino entró a verlo. Su padre estaba sobre la cama con el traje de domingo y los zapatos impolutos, como solía ser sin excepción. Su madre se retiró de la habitación. Al regresar, el difunto vestía un pijama y estaba descalzo. Lino les dio a ambos el beso de buenas noches y, siguiendo el ejemplo de su padre, se fue a dormir.
A los pocos días dejó de preguntar por él. Sabía que ya nunca despertaría, ni en ésta ni en otra vida, porque cuando uno sueña durante más de una semana continua lo que hay en esta tierra resulta irreal.
Los pies de Lino Montes tenían un tamaño similar al de cualquier otro niño de siete años, así que esperó 13 más para usar por primera vez los zapatos que había heredado. Pudo haberlos estrenado mucho antes, pero quiso que fuese en una ocasión profundamente especial. Hasta esa fecha, los cuidó con la misma entrega que lo había hecho su padre. Todos los sábados por la mañana, al despertarse, los sacaba de su caja y los limpiaba con un cariño gratificante. “Los ojos reflejan lo que guardas dentro, hijo; los zapatos, lo que das”.
Creyó que sería bueno estrenarlos al graduarse en la universidad. No ingresó. Había que llevar dinero a casa. ¿Qué tal al conseguir el primer empleo? El puesto de dependiente en una tienda de repuestos no le ilusionaba en absoluto. Buscó alternativas. Llegó a obtener un trabajo de conserje en un colegio, donde le alegraba ir, pero para ese entonces los zapatos habían sido utilizados media decena de veces, comenzando por su primera cita con la mujer con la que pronto se casaría.
En mayo de 1965 nació su primera hija. En el 71, la segunda. Cuatro años después, la tercera. Y Luciana asomó la cabeza el 11 de diciembre de 1979. De cariño, con mucho cariño, la llamaba Lulla.
Quería con naturalidad a sus cuatro hijas. Sin embargo, con Lulla surgió, desde sus cinco años, una complicidad peculiar. Ella se fijaba en los zapatos. Le gustaba verlo a través del reflejo de la empella. Era como rescatar de un espejismo las distintas partes de un personajes de cuento que era su héroe… de carne y hueso, como debía ser: con ojos que lagrimeaban por responsabilidades aparentemente incumplidas, con extremidades que no envidiaban a los de ningún otro gigante, con malos humores enigmáticos, risas reparadoras y contagiosas, miradas reconfortantes y abrazos delicadamente oportunos. El espejo logrado en aquellos zapatos hablaba de cosas reservadas para quienes, además, sabían observar el halo de un caminante: las huellas ineludibles y los pasos por donde uno deseaba andar.
En eso consistía la vida de Lino. En Huellas. Las que le dejaron. Las que iba dejando.

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